sábado, 15 de junio de 2013

Diálogos Inolvidables: Breve Encuentro


Breve Encuentro
(Brief Encounter, 1945)


Director: David Lean.

Guión: Anthony Havelock –Allan, David Lean y Ronald Neame, sobre la obra “Still Life” de Noel Coward.

Reparto: Celia Johnson, Trevor Howard, Cyril Raymond, Joyce Carey, Stanley Holloway, Everley Gregg.

Premios Oscar: Nominación por Mejor Director, Mejor Actriz (Celia Johnson) y Mejor Guión.

Premio en Cannes: Palma de Oro a la Mejor Película.



El azar hace que un hombre y una mujer, ambos de edad madura y casados, coincidan en una estación de tren. Ella es Laura (Celia Johnson), de unos 35 años, casada con un maestro rural, Fred Jesson (Cyril Raymond), madre de una hija encantadora, que tiene por costumbre visitar la ciudad todos los jueves para realizar compras e ir al cine. Él es Alec Harvey (Trevor Howard), de unos 40 años, médico internista, que los jueves acude a un Hospital próximo. Se conocen accidentalmente, comparten en varias ocasiones una taza de té en el bar de la estación y, sin darse cuenta, lo que empezó como una amistad muy pronto desemboca en una romántica historia de amor, intensa pero prohibida, que les saca de su rutinaria existencia.
 








En esta ocasión, rememoramos una de las historias de amor más bellas que ha dado el cine: Breve Encuentro, esa intimista obra maestra de David Lean que, adelantada a su tiempo, era la confesión mental de una mujer infiel, y no solo se la hacía a su inadvertido esposo, sino también a todo el público cinefilo que iba descubriendo de su mano cómo llegó a amar a otro hombre. La secuencia que hemos elegido pertenece al inicio de esa confesión, cuando ella ha regresado a su casa, a su hogar con sus hijos y su marido, y mientras borda sentada en su sofá, contempla en silencio a su esposo leyendo el periódico y repasa en su mente lo que le diría para descargar su conciencia.


 
 


Laura: Fred… Fred… Querido Fred. Hay tanto que quiero decirte. Eres el único en el mundo con suficiente sabiduría y delicadeza para entender. Si sólo fuera la historia de alguien más y no la mía. Así es, tú eres el único en el mundo a quien nunca podré contarle. Nunca. Nunca. Porque, aunque yo esperara que fuéramos viejos, muy viejos, y entonces te lo contara, no podrías dejar de mirar atrás y te dolería. ¡Oh, Cariño! No quiero hacerte daño. Verás… Somos una pareja felizmente casada y nunca debemos olvidarlo. Este es mi hogar. Tú eres mi marido, y mis hijos están arriba, en la cama. Yo soy una esposa feliz -o lo era, más bien-, hasta hace unas semanas. Este es mi mundo entero y es suficiente, o lo era, hasta hace unas semanas. Pero, oh, Fred, he sido tan tonta. ¡Me he enamorado! Soy una mujer común. Yo nunca pensé que estas cosas violentas pudieran sucederle a la gente común... Todo empezó un día cualquiera, en el lugar más común que existe en el mundo: en el bar de la estación de Milford Junction...


 

 

La descripción del pecado se vuelve gráfica, y asistimos a una de las películas más bellas, románticas y tristes jamás realizada. Después de esos primeros encuentros que los iluminan, Laura y Alec sufren el acoso de los remordimientos ("Perdóname por haberte conocido, por amarte..."). Remordimientos y culpa por un amor que no llegarán nunca a consumar, y por unos compromisos adquiridos en el pasado, que les llevan a renunciar al que quizás sería el amor de sus vidas, aquel breve encuentro en la estación del tren…

 




2 comentarios:

  1. El corazón o sabe de razones.

    ResponderEliminar
  2. Cuanta belleza en los diálogos. La desazón del amor verdadero. Su renuncia. El recuerdo. El viento se eleva y deja pasar la carbonilla del tren. Un instante de la vida atrapado en el tiempo. Belleza sin fin. Porque como la vida, el amor verdadero es eterno.

    ResponderEliminar